sábado, 20 de junio de 2009

Informe semanal

Rutinaria hasta en los ojos,
apellido como nombre,
sólo un traje,
un escritorio,
otro número, tic-tac.

Sumergida en la corriente,
sólo siendo no se vive,
Ya no miras,
Ya no sientes,
No hay tiempo para amar.

domingo, 14 de junio de 2009

L-30, castaño claro


Era la quinta vez en ese año que entraba a la peluquería y, con una sonrisa cándida, dejaba su vida en las manos de la experta en tintes. Por lo menos así lo veía ella. Ya tenía meses con el último corte y color y no se sentía a gusto: se veía al espejo y por alguna razón no era el correcto, no hacía que su cara se viese simétrica ni tampoco lograba achicar un poco su nariz. Su vida, debido a su cabello, no era lo que esperaba. Cuando los clientes entraban en su despacho no se fijaban en su atuendo perfecto, en los varios títulos que colgaban de su pared o en el cabal orden de su oficina; al parecer lo único que la gente veía cuando acudía a verla era su nariz ganchuda y los mechones rubios de su cabello castaño.

— Creo que se le ve muy falso —escuchó susurrar a la tendera esa mañana luego de comprar panes.

Justina llegó a su casa y trató en vano de leer el periódico mientras desayunaba. Yoko Ono revive en ´Antón´ los recuerdos sobre su madre: La artista se adentra a sus 76 años… ¿Realmente se le veía tan mal el color?...en los recuerdos de un hombre imaginario sobre su madre… A su vecino le había gustado, había dicho que se la veía fresca, real…para crear La memoria de Antón, una instalación artística… Pero Gisela la había visto raro cuándo entró al restaurante semanas atrás, había arrugado la nariz cuando le dijo que los mechones eran un acierto; igual que arrugó la nariz la vez que le prometió que nunca había salido con Rafael aunque Justina la había visto con él la noche anterior… que desde el jueves pasado se exhibe en Venecia, la misma ciudad que este sábado le entregará el León de Oro a toda una carrera….

— Mamá… Sí, todo está bien… No, no he hablado con él. Má… estoy medio apurada, sólo necesito que me digas algo… ¿Te gusta mi pelo?

Antes se te veía más natural… Estacionó el carro y, olvidándose de subir el freno de mano, guardar los CDs ordenadamente o apagar las luces frontales, caminó picoteando el suelo rápidamente hacia la peluquería…Antes se te veía más natural. Cogió el catálogo y buscó entre las diferentes caras sonrientes. Rubia: muy estereotipado; pelirroja: pensarán que es una mujer fácil; castaña: tres en la oficina eran castañas…. ¿El negro no se vería muy oscuro en ella?

— El negro te quedará perfecto.
— Eso es lo que dijiste del castaño y rubio.
— Bueno, sigo pensando que se te ve muy bien —dijo la peluquera mientras alistaba las cremas y los guantes.
— No quiero verme bien, quiero verme confiable…. perfecta.

Mientras Justina buscaba su agenda en la cartera, los ojos de la asistente se encontraron furtivamente con los de la peluquera. Fue un pequeño segundo en el cual parecían incapaces de comprender cómo alguien podía ser tan ignorante para pensar que de un tubo de tinte L-45 podía salir algo tan complejo como la confianza. Pronto, el suelo se llenó de cabellos ondulados, rubios, castaños, claros y oscuros: ¡cuántas veces había cambiado para tratar de encontrarse y todavía no le acertaba! No se trataba solamente de su trabajo sino de sus relaciones también. La última pelea todavía hacía eco en su mente:

— ¡El problema es que no entiendes que necesito que decidas ahora!
— ¿No puedes esperarte ni un ratito? Necesito pensar en esto, Rafa…
— No hay nada que pensar: o quieres o no quieres. Es así de fácil.
— Tal vez para ti, pero yo necesito un poco más de tiempo… Necesito sentarme tranquila y revisar mi agenda y ver si puedo o no… y en el caso de que pueda, pensar si es realmente lo que más nos conviene.
— Odio esto de ti… odio cuando actúas fría y racional. Por una vez deja de pensar y sólo hazlo.
— Si tanto lo odias, vete.

Y salió sin decir otra palabra. Él simplemente no la entendía. No sabía que aunque lo amaba no podía dejar todo de un momento para otro y salir en el próximo avión con él, sin importar que tan romántico fuera la idea. Ella no podía dejar que un momento de descontrol la hiciera perder lo que tanto le había costado obtener: la gente empezaba a ir a su despacho más que al de su vecino y a darse cuenta que era buena en su trabajo, que era dulce, bondadosa y justa. Cogía casos que nadie más tocaba porque sabía que lograría encontrarle solución, igual que le había encontrado solución a los problemas de su hermana cuando quería divorciarse, igual que lo había logrado cuando parecía que el jefe de producción no aceptaría indemnizar a los empleados por horas extra. Era insistente hasta el punto de ser terca. Su familia solía decir que nadie le podía doblar el brazo porque no estaba hecho de huesos, sino de hierro puro. Metálica.

Había cambiado un poco por Rafa. Cuando estaba con él llevaba el pelo largo y achocolatado, trataba de no alterarse cuando él dejaba la cocina hecha un desastre por cocinarle una cena, sonreía mucho y pasaba largas horas escuchando música con él, leyendo y pintando. Ahora, los pinceles eran nidos de polvo y los oleos masas inútiles de colores. Los del trabajo se dieron cuenta inmediatamente de que algo había pasado: el nuevo estilo rubio y castaño en un moño apretado, los zapatos pulidos obsesivamente y el regreso a los tonos de gris eran señales inequívocas. Dejó de coger los casos difíciles, sintiendo que no podría con tales escenarios, excusándose y mandándolos donde algún otro abogado. Su oído se afiló y su cabeza se llenó de comentarios sobre ella, sobre lo tonta que había sido, lo mal que estaba ahora, lo mucho que necesitaba de Rafa. Luego Gisella arrugó la nariz y supo que lo había perdido definitivamente. Llegó a su casa y abrió la nevera, sacó el vodka y se bebió la noche escuchando los CDs que él dejó — típicamente descuidado— en uno de los cajones de la sala. Al día siguiente se bañó y, tras un desayuno saludable llegó a la oficina: impecable.

— ¿Realmente crees que el negro se me verá bien?
— No puedo decidir por ti.
— Sólo te estoy pidiendo una opinión.
La peluquera, a punto de pasar la brocha sobre el pelo de Justina, la miró detenidamente, se volteó y botó el tinto por el drenaje. Susurrando desapareció tras una pared para regresar segundos después con otros tintes en la mano. Justina torció el cuello para verlos de cerca, pero la peluquera le dijo:
— Si quieres mi ayuda sólo siéntate y déjame hacer mi trabajo. Estos son los colores que te quedan bien. Elige.
— Señora, usted cree que… —comenzó a preguntarle a la mujer que estaba sentada a su lado.
— Justina, elige tú. Sin preguntarle a nadie.
Apretó los labios y con una última mirada desafiante a la peluquera, tornó su atención a las cajas frente a ella. L-30, castaño claro fue la opción que luego de largos debates internos eligió. La brocha cubrió su cabello.
— Pensé que no querías verme —dijo Rafael cuando una hora más tarde se sentó frente a él en la cafetería sin siquiera pedir permiso.
— Vámonos de viaje.
— ¿Sin cuadros de comparaciones o anotarlo en tu agenda?
Lo besó y salió caminando lentamente, dejándole en la mesa un ticket y las llaves del departamento. Justina en un arranque de pasión¸ pensó Rafael incrédulamente. Pero no era nada parecido a eso. Ella lo esperaba pacientemente sentada en su sofá, pensando que si tenerlo a su lado significaba ser un poco más flexible, lo sería. Él, junto a su nuevo color de cabello, eran las únicas dos elecciones que había tomado por si misma desde hace algún tiempo, y se sentían bien. Tal vez como personas sean totalmente diferentes pero, después de todo, su mundo monocromático necesitaba los pincelazos de rojo, azul y verde que era Rafael para tener el equilibrio que en el vaivén del qué dirán había perdido.