miércoles, 23 de septiembre de 2009

Estas entre mis cosas

Hoy la luz se atora en la ventana. Estás entre mis cosas. Estas cosas que suben por la pared, llenan el lavadero, se cuelan en los resquicios y cubren el piso. Cosas viejas, de cuando salíamos y te regalaba pequeñas cartas color rosa, de cuando me veías y no comprendías qué hacía contigo, y besabas mi frente en el semáforo, oliendo la humedad de la ciudad en hora pico. Esas cartas están bajo mi mano, al frente están todos los recibos de las veces que nos amamos: una colección de hoteles y farmacias, de copas de vino y botellas vacías que se apilan contra la ventana. Esa venta que atora la luz. Y en mi espalda, las películas vacías, rotas y olvidadas que pretendíamos ver en la penumbra de tu habitación, una gama de colores y sonidos que servían de fondo a grandes abrazos y manos traviesas, siestas y fiestas en tu colchón. Me quedan las cosas que compré para darte, los libros que algún día leeríamos los dos, las fotos tomadas en noches deambuladas, en días diversos de nuestro amor. Tengo tu ropa entre mis dedos, me aferro a la vida que vieron pasar. Mis libros de estudio, los videos de tantos proyectos, las cámaras obsoletas que nos hicieron creer en ver "más allá". Estás entre mis cosas que alguna vez fueron tuyas y que dejaste conmigo para esperar tu volver. Las fundas de comida rápida están aquí también, las cajas de pizza y esos conos de helado lamidos de la otra vez. Se pudren, apestan, pero son nuestras cosas y no las puedo dejar ir.

Ahora, mis cosas se elevan asfixiantes cerca de mí, llenan el cuarto, cortando el aire que pasa, matando la risa de lo que ese día fui. Revives cada día en esta pieza del recuerdo. Estás entre mis cosas. Estás metido en mí.

martes, 22 de septiembre de 2009

Distrito 9

District 9 prueba que una buena historia es más importante que un cast conocido o un presupuesto exhuberante. Películas de aliens hay a montones y, afrontémoslo, no han evolucionado mucho desde que el género (creo que ya es hora de seprarlo de la ciencia ficción) pegó en la pantalla: alien ataca la tierra, la tierra -o mejor dicho el gobierno de los Estados Unidos- se defiende, la tierra gana. Pero esta vez nos encontramos frente a una película que nos propone algo totalmente diferente y, al mismo tiempo, bastante verosimil: ¿Qué pasaría si estos aliens estuvieran desprotegidos y dependieran de nuestra hospitalidad para sobrevivir? ¿Qué pasaría si, por casualidad de la vida, les tocara quedarse en sudafrica, entre humanos durante 20 años?


La respuesta es de aquellas que nos ponen los pelos de punta. Hay, dentro de la literatura y el cine, una gama de producciones que parecen seguir el mismo motto "Lo peor de la Tierra es el humano". Todas las historias de guerra contadas, las recreaciones de nuestras más sangrientas y desprestigiosas hazañas, todas las experimentaciones, las traiciones a lo largo de la historia, las situaciones límites donde lo peor de nosotros mismos brilla en la pantalla, siguen el ya mencionado motto. Y esta película no es la excepción.


Intolerancia (lo que se podría entender como verdadero "racismo", pues en este caso sí estamos hablando de 2 razas diferentes), autoritarismo, engaño, trato "inhumano" a otros seres y xenofobia, todo se traza firmemente en este film hecho a manera de documental, en el que la sangre, la tensión y la risa te ponen -literalmente- al borde de tu asiento y haciendo barra por los alienígenas. Lo mejor del film, su falta completa de nombres conocidos: con la excepción del productor Peter Jackson (director de The Lord of the Rings) el cast y crew son perfectos "nadies". Y sin embargo, es una de las películas más taquilleras en los últimos meses, lo cual es grandioso si se considera que fue hecha con un presupuesto basante modesto para la industria americana.


¿En el caso de que suceda, sería en verdad como lo muestra la película? Viendo nuestra historia, yo creo que sí.

jueves, 3 de septiembre de 2009

28399


Era el rey de los Liliputienses, un bastardo vendedor de ozono. Tenía sus principios basados en un egocentrismo auténtico y suspicaz: un paralelismo viciado por los escollos filosóficos de Kant en los días de lluvia. Podría referirme a él como un sujeto nefasto, de una conciencia ennegrecida, y una envidia que le brotaba por los poros. ¿He dicho poros? Sí, pues, de hecho los tenía. Abiertos como una puerta dimensional que conlleva hacia el interior de su repugnante existencia.


Ahora que lo pienso, los hechos suscitados aquel día se resumen en dos palabras “efecto miedo”. Para entenderlo mejor es imprescindible adentrarse en el contexto. Veamos pues:
Habían pasado varios años desde que el rey nefasto subiera al trono. Cuando digo el trono entiéndase al poder y no al confortable retrete sobre el cual transcurren sus cavilaciones más profundas y tenaces. ja ja ja, ya lo he dicho. Pero bueno, volviendo a los acontecimientos de aquel día, diré que lo más impresionante fue cómo de un momento a otro todas sus ínfulas de superioridad, su arrogancia suprema, la vanidad inconsecuente se iba destilando en forma de sudor, un sudor frío y tóxico que salía de sus entrañas. El pánico se apoderaba de su mente, de su alma, de sus zapatos que querían salir corriendo como una gallina asustada por los gritos de la multitud que se había amontonado en las afueras del Palacio.


Venían arrastrando todo su resentimiento. La miseria en la que vivían había llegado a tal punto que las llamas, en la hoguera de su odio, eran incontenibles. Portaban antorchas, palos, piedras y más objetos con los cuales pudieran descargar su ira. Sus voces retorcidas gritaban al unísono: “Muerte al rey de los Liliputienses” Así avanzaba la multitud de hombres diminutos como hormigas. Caminaban rumbo al Palacio con la firmeza de un ejército, sedientos de venganza.


Los pasos de dicha multitud de insectos retumbaban en las paredes de la habitación del Rey Liliputiense a quien los nervios no le permitían pensar con claridad. Pero, al ver que los furiosos habitantes de su pueblo se acercaban, decidió utilizar su único recurso. Dentro de su habitación había una puerta secreta que se suponía lo conduciría a un mundo lejano. Una dimensión de proporciones hiperbólicas donde los hombres median diez veces su tamaño. El único problema era que atravesar la puerta era literalmente embarcarse en un viaje sin retorno, pues, aquel que cruzara por ella quedaría atrapado para siempre en el mundo de los gigantes. Y lo que es peor, su reino quedaría reducido a cenizas, pues, al abrirse la puerta, el mundo en el que se encontraba sería absorbido por la nebulosa de Lumineida, la cual conducía a la dimensión de los gigantes.


Pensó en su familia, en su gente, en su palacio. No obstante, se dijo, no permitiría que sus huesos terminaran en manos de aquellos despreciables hombrecillos. Esos infelices que ahora mismo pedían su cabeza no merecían ninguna consideración. Entonces abrió la puerta y sintió como el contenido de su cerebro se le escapaba por todos los orificios de su cuerpo. Induzca joven, ah ah ah uh uh uh. Por los poros ¡CLARO! De repente se vio en medio de un ruido ensordecedor, justo debajo de un semáforo que tenía encendida la luz roja y frente a él monstruos enormes que hacían rugir sus motores. Entonces, de un momento a otro la luz cambió a verde y …. jdire ifhf krehorkj ieh tj


Epílogo
Debido a la índole clasificada de este documento y su dudosa procedencia (confesión del interno #28399, trastorno de personalidad múltiple y regresión aguda) su final nunca ha sido transcrito. Se deja a juicio del lector contemplar los hechos y llenar los etcéteras.

domingo, 23 de agosto de 2009

Chuchaqui

Miro el espejo: no hay nada. La ropa por el piso, el sostén bajo la cama. Café cargado, radio que grita, dos aspirinas. Me peino y salgo de la habitación: lo que pasó ayer continuará siendo un misterio. Lo único que sé es que mi vestido está manchado y que, al lado de mi sostén, algo olía a perro muerto.

jueves, 13 de agosto de 2009

Microdino


"Cuando el mundo tira para bajo,

yo no quiero estar atado a nada:

imaginen a los dinosaurios en la cama..."

Los dinosaurios -Charly García


Muchos hablaban de un “elefante” en el cuarto, pero para ellos dos, lo que se interponía entre sus cuerpos cuando se acostaban luego de un día largo de trabajo era más grande y viejo que cualquier elefante y por más que se acurrucaran, jugaran a quererse o se sinceraran hablando hasta el amanecer, cuando despertaban el dinosaurio todavía estaba allí.

lunes, 3 de agosto de 2009

Entre copas

Tenía el corazón rasgado por el amor imposible que escapó de sus manos y si bien sentía ganas de llorarse los días, decidió que dicha improductiva actividad no podía ser parte de su vida y salió a recorrer la ciudad en busca de una solución instantánea a su dolor. El día apenas si empezaba, el cielo se rompía en manchas de rosado y las tiendas esperaban que llegasen las llaves para poder abrirse al mundo y sentirse queridas. La calle era larga, y no larga como quien dice que se extiende sin medida hacia el horizonte, sino larga como un cuento que parece no acabar, en el que los pies andan y andan sin encontrar un banco donde descansar, en el que las gotas de lluvia no tienen un solo cobertizo contra el que amortiguar el golpe, sino que caen suicidas al asfalto, haciendo crecer los baches. Una calle que no tiene giros extraños ni callejuelas, sino que es una recta que de principio a fin abarca las más insólitas combinaciones: tiendas de ropa, locales de magia, librería cristiana, burdel, puestos de películas, químicos ilegales, veterinarias, repuestos de carros, feng-shui, academia de baile exótico y una tienda de dulces orgánicos.

Y ella caminaba cabizbaja por la calle, tratando que cada paso sea una memoria olvidada, y que cada bocanada de aire desanudara el cabo que llevaba en la garganta desde hace algunas horas. Pasó por un par de tiendas, tratando de comprar algo que la haga sentirse mejor: salió con una funda de ropa nueva, 5 películas que no tenían final feliz, dos melcochas, un libro titulado Lo que pasó, pasó y un veneno para ratas de increíbles cualidades: muerte rápida, inodoro, incoloro e insípido. Sus manos le dolían de soportar el peso de las fundas, pero no tenía donde sentarse a descansar ni había taxi alguno que lo pudiera llevar a casa. Era, toda ella, una nube cansada que lloraba y avanzaba, dejando a su paso riachuelos de dolor que se juntaban a la lluvia octubrina. Seguía su camino, sin mirar por donde iba, tropezando con los tantos transeúntes que andaban ajetreados por la calle, buscando al mejor precio los peores productos posibles. Rendida, llegó al final y dobló a la derecha, dirigiéndose a su casa.

Ya arriba, lejos de la bulla y del sol que arañaba su delicada piel, sacó sus compras y, a forma de ritual, preparó todo: se puso su nueva camisa, encendió la TV y puso la película más trágica, arrancó las páginas del libro y escribió en su interior su nota suicida, dejó las melcochas de regalo a sus sobrinas y, en una copa de Martini, puso el veneno de rata y lo engulló como tequila, de un sorbo y sin pensarlo.

Sus ojos no se salieron de sus órbitas, sus interiores no se quemaron de agonía, sus manos no temblaron ni su cuerpo se quedó tieso a falta de vida. Maldiciendo la ineptitud de los fármacos, trató de probar el veneno en su perro, pero no lo encontró. Pensó en regresar a la tienda de químicos y revelar a los dueños como embusteros, pero no se movió del sillón. Sospechando que el dulce que comió pudo haber anulado los efectos del químico, esperó a la siguiente mañana para tomar la segunda dosis, pero nunca llegó. Las copas de veneno seguían bajando por su garganta y el licor no se terminaba ni se terminaría, pues sus lágrimas que se renovaban cada hora, se convertían en un nuevo líquido mortífero, y llenaban la copa. En una eterna penumbra, sentada ella, sorbía su dolor incapaz de saber que su cadáver velado estaba ya hecho cenizas en el cementerio y que el veneno no mata la pena, sólo el cuerpo.

lunes, 20 de julio de 2009

la frontera

Venir a parar a un ataúd de nuevo por culpa de una mujer bruta y ella en el de al lado que no deja de gritar…. ¡Habráse visto! Y es que mi madre me dijo que tenga cuidado, que no es cuestión de escoger a cualquiera y tirarse al negocio, pero estaba tan pero tan desesperado, que hasta esa idiota me pareció perfecta para el trabajo. Ay, esto realmente no es cómodo…. Si por lo menos fuera acolchonadito como en el que pasé la frontera. Debo reconocerlo, esos coyoteros te sacan un ojo de la cara pero cumplen: Total confort en su paso, o le devolvemos el dinero, ni siquiera sentirá las vías inconclusas del ferrocarril cuando lleguemos a Alausí. En cambio estos ni cuidado han tenido con uno. Supongo que esa es la diferencia entre que te obliguen a hacerte el muerto y hacerse el muerto por decisión propia. Estos longos con odio me regresan para mi tierra, entre menos cómodo esté mejor para ellos. Esto de meternos de nuevo en ataúdes ha de ser cuestión de venganza no más: de seguro están cabreados porque logré pasar la frontera así la primera vez sin que se dieran cuenta ¡y sí que pasé! Dos años en la sierra viviendo de lo lindo antes de que la Andrea metiera la pata, je, hasta ya hablo como ellos… “la Andrea”, que mona tan descuidada: venir a pedir llapingachos y reclamar porque no tiene huevo, ni chorizo, ni arroz… fue casi casi como entregarles nuestras cédulas originales. Y ya teníamos la casita, el negocio bien montado, ya hasta habían dejado de investigarnos, ya estábamos esperando… ¿Qué dirá mi madre? Tanto que le costó fingir mi muerte, y ahora le toca verme ir a cana. Ni modo, no podemos ir a parar a otro lugar. Ni bien lleguemos a las plantaciones de banano nos han de sacar, y ahí si que no hay quien nos salve. Tal vez logremos llegar hasta la ciudad, y como tenemos el dinero de reserva podemos comprar nuevas identidades, empezar de nuevo. Pero esta vez separados, yo no quiero nada que ver con esa mujer, no me importa que esté embarazada, que tenga el hijo y lo veré cuando pueda. Ni las pastillas podía tomarse bien la Andrea. ¡Qué mal que huele esta caja! ¿Cuántos han de haberse acostado aquí? ¿Y a esos por qué los habrán descubierto? De seguro no por pedir llapingachos con chorizo. No. Típico dejaron escaparse alguna anécdota costeña entre copas, o tal vez cometieron la estupidez de dejar que alguna longa los vea desnudos con la luz prendida: el bicolor característico de la playa en las piernas no lo quita nadie, sin importar cuantos años hayas pasado sin asolearte eso no se va. Otro más que viene a pagar platos rotos por una mujer. Pero bueno, por lo menos fue por una de allá, una enemiga. Ya han de estar los vecinos chismeándole a todos… eran monos ¿sabían? Si, los de la tienda de aquisito no más, yo los veía muy de acá, aunque yo si decía, el trasero de esa no era serrano. El pulgoso ha de estar ladrando no más, esperando su lechecita de todas las mañanas y se quedará esperando porque lo seguro es que ahora le toca hacerse runa no más, nadie lo ha de querer porque es perro de mono. Nos iba tan bien. Mi madre me va a matar cuando le diga que está embarazada, hasta me ha de obligar a que me case con ella ¡de nuevo! Tal vez no la metan a la cárcel sabiendo de su estado, tal vez logre que nos saquen a los dos, después de todo su tío es muy poderoso ahí en el cuartel. Sí, sí… mejor mantener la fiesta en paz con ella, mejor decirle que todo está perdonado para que nos saque del lío en que nos metió. Andrea… Andrea, escúchame. Sé que las cosas se salieron un poco de control en la casa. No quise lastimarte, se me fue la mano, es que no podía creer lo que acababa de pasar…tú sabes que yo no soy así normalmente, hasta sabes que te quiero…Andrea, ¿me escuchas? …¡responde carajo, no me dejes hablando como idiota! No contesta, sigue enfadada por el moretón. Resentida. Claro, yo me tengo que aguantar que ella haga la cagada y ella no puede perdonar ni un pequeño golpe. No la escucho. Hace un rato estaba gritando, tal vez le pasó algo al bebé… ¡Andrea, contesta! Nada. Ya huele húmedo, estoy sudando por todas partes. ¿Estará sangrando? ¿Estará desmayada? No tiene sus píldoras… ¡se me cocina el trasero en esta cosa! Ey…estamos parando. Esos son los pasos de los pacos. Están abriendo el ataúd. Algo dicen… Dejémosla aquí no más por traidora, hasta parece longa, igual nadie la va a reclamar. ¿Y él? Que la acompañe, para algo es el macho. Los fronterizos los han de coger en un par de horas, ellos verán si los meten a cana o les meten balazo. ¡Tú, toma a tu mujer y camina!... El piso está hirviendo. Nadie pasa por aquí. Debería ir a buscar comida, la dejo escondida para que no me la picoteen. Andrea no se va a ir a ninguna parte. Debería cambiarme de ropa, preferible que crean que soy un borracho desnudo e indocumentado que un mono traidor. ¿Y el dinero? Bien agarrado en la mano, eso no se deja botado ni aunque se esté en las últimas. ¡Cúbrase! ¿No le da vergüenza? Claro señora, pero no tengo con qué…no sé donde dejé mi ropa. Póngase esto y siéntese. ¿Qué quiere comer? Déme un llapingacho.

sábado, 20 de junio de 2009

Informe semanal

Rutinaria hasta en los ojos,
apellido como nombre,
sólo un traje,
un escritorio,
otro número, tic-tac.

Sumergida en la corriente,
sólo siendo no se vive,
Ya no miras,
Ya no sientes,
No hay tiempo para amar.

domingo, 14 de junio de 2009

L-30, castaño claro


Era la quinta vez en ese año que entraba a la peluquería y, con una sonrisa cándida, dejaba su vida en las manos de la experta en tintes. Por lo menos así lo veía ella. Ya tenía meses con el último corte y color y no se sentía a gusto: se veía al espejo y por alguna razón no era el correcto, no hacía que su cara se viese simétrica ni tampoco lograba achicar un poco su nariz. Su vida, debido a su cabello, no era lo que esperaba. Cuando los clientes entraban en su despacho no se fijaban en su atuendo perfecto, en los varios títulos que colgaban de su pared o en el cabal orden de su oficina; al parecer lo único que la gente veía cuando acudía a verla era su nariz ganchuda y los mechones rubios de su cabello castaño.

— Creo que se le ve muy falso —escuchó susurrar a la tendera esa mañana luego de comprar panes.

Justina llegó a su casa y trató en vano de leer el periódico mientras desayunaba. Yoko Ono revive en ´Antón´ los recuerdos sobre su madre: La artista se adentra a sus 76 años… ¿Realmente se le veía tan mal el color?...en los recuerdos de un hombre imaginario sobre su madre… A su vecino le había gustado, había dicho que se la veía fresca, real…para crear La memoria de Antón, una instalación artística… Pero Gisela la había visto raro cuándo entró al restaurante semanas atrás, había arrugado la nariz cuando le dijo que los mechones eran un acierto; igual que arrugó la nariz la vez que le prometió que nunca había salido con Rafael aunque Justina la había visto con él la noche anterior… que desde el jueves pasado se exhibe en Venecia, la misma ciudad que este sábado le entregará el León de Oro a toda una carrera….

— Mamá… Sí, todo está bien… No, no he hablado con él. Má… estoy medio apurada, sólo necesito que me digas algo… ¿Te gusta mi pelo?

Antes se te veía más natural… Estacionó el carro y, olvidándose de subir el freno de mano, guardar los CDs ordenadamente o apagar las luces frontales, caminó picoteando el suelo rápidamente hacia la peluquería…Antes se te veía más natural. Cogió el catálogo y buscó entre las diferentes caras sonrientes. Rubia: muy estereotipado; pelirroja: pensarán que es una mujer fácil; castaña: tres en la oficina eran castañas…. ¿El negro no se vería muy oscuro en ella?

— El negro te quedará perfecto.
— Eso es lo que dijiste del castaño y rubio.
— Bueno, sigo pensando que se te ve muy bien —dijo la peluquera mientras alistaba las cremas y los guantes.
— No quiero verme bien, quiero verme confiable…. perfecta.

Mientras Justina buscaba su agenda en la cartera, los ojos de la asistente se encontraron furtivamente con los de la peluquera. Fue un pequeño segundo en el cual parecían incapaces de comprender cómo alguien podía ser tan ignorante para pensar que de un tubo de tinte L-45 podía salir algo tan complejo como la confianza. Pronto, el suelo se llenó de cabellos ondulados, rubios, castaños, claros y oscuros: ¡cuántas veces había cambiado para tratar de encontrarse y todavía no le acertaba! No se trataba solamente de su trabajo sino de sus relaciones también. La última pelea todavía hacía eco en su mente:

— ¡El problema es que no entiendes que necesito que decidas ahora!
— ¿No puedes esperarte ni un ratito? Necesito pensar en esto, Rafa…
— No hay nada que pensar: o quieres o no quieres. Es así de fácil.
— Tal vez para ti, pero yo necesito un poco más de tiempo… Necesito sentarme tranquila y revisar mi agenda y ver si puedo o no… y en el caso de que pueda, pensar si es realmente lo que más nos conviene.
— Odio esto de ti… odio cuando actúas fría y racional. Por una vez deja de pensar y sólo hazlo.
— Si tanto lo odias, vete.

Y salió sin decir otra palabra. Él simplemente no la entendía. No sabía que aunque lo amaba no podía dejar todo de un momento para otro y salir en el próximo avión con él, sin importar que tan romántico fuera la idea. Ella no podía dejar que un momento de descontrol la hiciera perder lo que tanto le había costado obtener: la gente empezaba a ir a su despacho más que al de su vecino y a darse cuenta que era buena en su trabajo, que era dulce, bondadosa y justa. Cogía casos que nadie más tocaba porque sabía que lograría encontrarle solución, igual que le había encontrado solución a los problemas de su hermana cuando quería divorciarse, igual que lo había logrado cuando parecía que el jefe de producción no aceptaría indemnizar a los empleados por horas extra. Era insistente hasta el punto de ser terca. Su familia solía decir que nadie le podía doblar el brazo porque no estaba hecho de huesos, sino de hierro puro. Metálica.

Había cambiado un poco por Rafa. Cuando estaba con él llevaba el pelo largo y achocolatado, trataba de no alterarse cuando él dejaba la cocina hecha un desastre por cocinarle una cena, sonreía mucho y pasaba largas horas escuchando música con él, leyendo y pintando. Ahora, los pinceles eran nidos de polvo y los oleos masas inútiles de colores. Los del trabajo se dieron cuenta inmediatamente de que algo había pasado: el nuevo estilo rubio y castaño en un moño apretado, los zapatos pulidos obsesivamente y el regreso a los tonos de gris eran señales inequívocas. Dejó de coger los casos difíciles, sintiendo que no podría con tales escenarios, excusándose y mandándolos donde algún otro abogado. Su oído se afiló y su cabeza se llenó de comentarios sobre ella, sobre lo tonta que había sido, lo mal que estaba ahora, lo mucho que necesitaba de Rafa. Luego Gisella arrugó la nariz y supo que lo había perdido definitivamente. Llegó a su casa y abrió la nevera, sacó el vodka y se bebió la noche escuchando los CDs que él dejó — típicamente descuidado— en uno de los cajones de la sala. Al día siguiente se bañó y, tras un desayuno saludable llegó a la oficina: impecable.

— ¿Realmente crees que el negro se me verá bien?
— No puedo decidir por ti.
— Sólo te estoy pidiendo una opinión.
La peluquera, a punto de pasar la brocha sobre el pelo de Justina, la miró detenidamente, se volteó y botó el tinto por el drenaje. Susurrando desapareció tras una pared para regresar segundos después con otros tintes en la mano. Justina torció el cuello para verlos de cerca, pero la peluquera le dijo:
— Si quieres mi ayuda sólo siéntate y déjame hacer mi trabajo. Estos son los colores que te quedan bien. Elige.
— Señora, usted cree que… —comenzó a preguntarle a la mujer que estaba sentada a su lado.
— Justina, elige tú. Sin preguntarle a nadie.
Apretó los labios y con una última mirada desafiante a la peluquera, tornó su atención a las cajas frente a ella. L-30, castaño claro fue la opción que luego de largos debates internos eligió. La brocha cubrió su cabello.
— Pensé que no querías verme —dijo Rafael cuando una hora más tarde se sentó frente a él en la cafetería sin siquiera pedir permiso.
— Vámonos de viaje.
— ¿Sin cuadros de comparaciones o anotarlo en tu agenda?
Lo besó y salió caminando lentamente, dejándole en la mesa un ticket y las llaves del departamento. Justina en un arranque de pasión¸ pensó Rafael incrédulamente. Pero no era nada parecido a eso. Ella lo esperaba pacientemente sentada en su sofá, pensando que si tenerlo a su lado significaba ser un poco más flexible, lo sería. Él, junto a su nuevo color de cabello, eran las únicas dos elecciones que había tomado por si misma desde hace algún tiempo, y se sentían bien. Tal vez como personas sean totalmente diferentes pero, después de todo, su mundo monocromático necesitaba los pincelazos de rojo, azul y verde que era Rafael para tener el equilibrio que en el vaivén del qué dirán había perdido.

domingo, 31 de mayo de 2009

En el bus

Era el 15 de abril. Todavía usaba los lentes cuadrados cuando entraste con tu uniforme y me pareciste mínima: tus medias largas se extendían por debajo de una rodilla arañada por el cemento. Diciendo "lo siento" quitaste mi portafolios del asiento que estaba a mi lado, te sentaste y subiste tu pierna sobre tu muslo, soplaste lentamente en la herida y tu falda resbaló un poco. Ese día supe por qué el doble Humbert no tuvo perdón de Dios. Cuando terminaste, leiste mi placa y salió de tu boca un “Hasta mañana Raúl”. Bajaste en Hurtado y José Mascote, el viento revolviendo tus pulseras.

La siguiente semana subiste con amigas. Te sentaste junto a mí y sólo me mostraste tus hombros tersos salpicados de pecas. Tus palabras llenaban el caluroso día mientras tus manos jugueteaban con esos largos churros, desprendiendo un sabor a vainilla. Supe que te gustan los caballos y sentir la arena entre tus dedos, que ya no estabas con ese chico del viernes porque te parecía aburrido. Una de ellas te dio un consejo sobre relaciones, nunca más las volví a ver subirse contigo.

No recuerdo cuando te acercaste de nuevo, pero sé que me sentía desfallecer: tres latidos por segundo, siete gotas por minuto. Me miraste sin pestañear, tomando toda mi alma en esos ojos destellantes. Te dije que si, y nos bajamos en la siguiente calle. Tu mochila se quedó en el bus, tus moños en el cuarto 15, y tus medias me las quedé yo.

Me ignoraste las siguientes semanas, hasta que tu zapatito levantó mi basta y calentó mi piel. “Vámonos, será solo un ratito,” susurraste. “Tengo trabajo,” contesté. “Prometo no ignorarte después,” y como te vi tan suave y risueña, como una tarde de lluvia, bajé contigo.

Un flaco y lampiño joven te acompañó los dos días siguientes. Reías un poco más alto porque sabías que te escuchaba, movías las manos por todos lados para que no pudiera ignorar tu olor. Y yo, sentado donde siempre, esperando que cumplieras tu promesa y dejándome llevar por el odio, tinta negra que sofoca al corazón ingenuo, corazón idiota. Y tú, tan hermosa y despreocupada, jugando con tu soldado de carne y hueso como si fuera de hojalata. Decidí bajarme antes de cometer una locura y prometí no subir de nuevo hasta haberme purgado de ti.

Aprendí una nueva ruta para no toparme contigo y aunque a veces lograba ver tu tobillo subiendo a lo lejos, me mantenía a una distancia considerable, para que tus rizos no me atrapen. Llegué tarde al trabajo semanas seguidas, me despidieron. Invertí mi dinero en apuestas, pero tu falda nublaba mi juicio, y no gané nunca. Verte me alteraba, no verte me mataba.

Rendido, me senté a tu lado de nuevo. “¿Por qué tan desaparecido?”, “estaba ocupado,” contesté. “¿Lograste olvidarme?”…el silencio te dijo que no. “Vámonos,” me levanté y obedecí. Mi bolsillo rotó me había enseñado que era mejor estar contigo que sin ti.

Sentado a tu lado y obedeciendo, mayo, junio, julio…. Cuatro meses así.

Dejo caer mi libro por el sueño. El asiento a mi lado está vacío. Nabokov me sonríe cuando lo recojo y le doy unas palmaditas, elevando tierra de sus últimas páginas.

Qué pena que ese 15 de abril no te hayas sentado a mi lado ni te hayas raspado la rodilla, ni hayas elevado tu pierna sobre tu muslo, sino que, agarrada de la mano de tu mami, cogiste un taxi, llevándote tus ojos destellantes en él.

domingo, 24 de mayo de 2009

Un rayo en la oscuridad



Soy, debido a mi naturaleza, un mentiroso empedernido. ¿Quién más puede mantener sentados a cientos de personas durante horas para entretenerlos? Me gusta mentirle a la gente, hacerlos creer que lo que les doy es real solo porque lo parece. Pagan por estar frente a mí, por tener un lugar al cual escapar. Y yo se los doy de muy buen agrado. Claro, casi nunca vienen solos y casi siempre están comiendo, pero eso no es lo importante, el punto aquí es que vienen. Ellos se sientan ahí y se preguntan por qué me demoro tanto. Escucho sus corazones esperando, saben que en cualquier momento la oscuridad los rodeará y les mostraré la historia que han esperado conocer. No siempre tengo grandes cosas que mostrar, pero igual lo hago. A veces me atoro, ¡si los escucharan reclamarme renunciarían de seguro! Pero vale la pena: las risas que hacen temblar las paredes, los gritos repentinos y ojos apretados, el “ouhh” que se apodera de las gargantas de las mujeres (y algunos hombres) cuando sucede algo dulce.

Últimamente han estado hablando de reemplazarme. Dicen que hay otro como yo que no necesita tanto rollo y no tiene dos grandes ruedas que se pueden atorar; que él no requiere de constante vigilancia (como si yo no fuera de confiar) y que cuenta las cosas mejor que yo, más nítido dicen. Soy un clásico en esta industria. Han dicho que me mandarán a un museo. Prefiero que me compre una familia adinerada: así por lo menos podré seguir contando historias, aunque no sea a tanta gente.

domingo, 17 de mayo de 2009

Yo recuerdo


El almacén era nuestro pequeño laberinto para jugar. Sus altas repisas llenas de repuestos aceitosos se doblaban inesperadamente, creando escondites, tanto para tesoros de niñez como para personas. La luz se filtraba entre las cajas y el sonido de metal moviéndose llenaba nuestra imaginación con escenas terroríficas que nos obligaban a subir las escaleras tan rápido como nuestras pequeñas piernas podían llevarnos. Un pie afuera y el mundo era distinto. La transitada calle tenía pequeños charcos donde el sol resplandecía luego de la noche lluviosa. En la esquina, la loma que subía indefinidamente, y en la cima, la tienda de chocolates.

Ese era nuestro objetivo ese día: el mostrador era un mosaico de brillantes envolturas, detrás de él, dos grandes refrigeradoras donde guardaban los helados caseros, y a la entrada los jarrones de dulces ecuatorianos. Ya en el paraíso compramos 3 kinder sorpresa e hicimos una apuesta interesante: uno para ti, otro para mí y el tercero para quien llegue primero al sótano del almacén. El viento helado de Quito se coló dentro de mi chompa mientras mis pies aplastaban el asfalto mojado, creando pequeños maremotos en los charcos, ahogando a la población de hormigas que vacacionaba cerca de ellos. El aire entraba con dificultad a mi corazón, sentía una mano estrangulándome, tapándome la nariz, pero yo seguía corriendo.

El zumbar del viento tapó el feróz rugido de los carros cuando tuvieron que frenar en seco debido al descaro de dos niños que corrían sin precaución cuesta abajo. Llegamos al mismo tiempo, pero él bajó más rápido y, tocando el ampaí del sótano, proclamó su premio. La envoltura se sentía áspera, pero pronto el aluminió dió paso al olor del chocolate bicolor y, jadeando todavía, lo puse en mi boca mientras admiraba el huevito anaranjado que en la noche abriría.

Así es como recuerdo la vez que corrí por un kinder sorpresa, y perdí.


domingo, 10 de mayo de 2009

El día 12

Los días que pasó con sus primos ese verano, se dedicó a fastidiarlos. Después de todo, Luis y Gustavo habían dedicado sus 12 años de existencia a molestarla y ya estaba en edad para entender que la venganza es una palabra dulce, si se sabe como pronunciarla. El día que llegó a la casa de su tía, sacó el polvo pica-pica y lo untó en sus almohadas: esa noche sus camas no escucharon los habituales ronquidos de los jóvenes, y lo mejor de todo fue que los ojos azules y grandes de la chica la salvaron de ser descubierta, pues solo bastaba con una mirada tierna y pestañeo y nadie sospechaba de ella.


Así fue como logró cobrar su venganza sin ser reprimida: les escondía los deberes y veía como los retaban; cambiaba la sal por el azúcar y disfrutaba cómo se retorcían al darse cuenta que el huevo frito sabía raro; rompía sus bolsillos y los escuchaba quejarse al regresar a casa de haber perdido el dinero del almuerzo y tener mucha hambre… Fueron los once días más felices de su vida, hasta que llegó el doce.


La chica se puso su chompa, un inusual bordado de azul, verde, roja y amarillo, pues el frío de las montañas no era algo a lo que estaba habituada, siendo una chica de ciudad, y sabía que ese día saldrían al lago a pescar. Este era el día en que su mayor venganza tomaría lugar, pues en ese mismo lago fue donde años atrás la habían arrojado sus primos para luego dejarla caminar mojada hasta la casa, lo que resultó en una gripe que afectó a la familia por semanas. Si bien no planeaba dejarlos mojados ni afectarlos físicamente, por lo menos los desgastaría psicológicamente.


Desde que iniciaron la travesía hasta el fin de esta, ella no se cansó de repetir lo que sus primos decían, irritándolos porque no podían tener una conversación normal y porque, a pesar de sus mejores esfuerzos, no lograban callarla. Trataron decir “Soy tonta”, y ella sólo lo repetía; pensaron en vendarle la boca, pero no tenían con qué; consideraron pellizcarla para que gritase en vez de hablar, pero ella insistió. Las horas pasaban y ella repetía y repetía, sin tomar en cuenta las advertencias de su tía. Y tal vez fue porque siendo de la ciudad no se podía fiar en conocimientos ancestrales o supersticiones de campo, o tal vez porque realmente quería sacar a sus primos de quicio, pero ella no se detuvo ante nada: la bruja del bosque podía escucharla siendo fastidiosa todo lo que quiera, porque ella no iba a parar.


Luego de sacar algunas truchas del lago y de tener a la familia al borde de un colapso nervioso, el sol comenzó a ocultarse y el viento a revivir a los hojas. Empacaron todo y caminaron hacia casa, escuchandola imitar cada palabra que salía de sus bocas. La opción de caminar en silencio era lo más sensato, pero era algo imposible para una familia así, pues todavía mantenían ese miedo al silencio que podía significar ruptura familiar, todavía sentían que un momento de silencio era equivalente a incomodidad. Al llegar al borde del bosque la familia entró mientras ella disfrutaba de su triunfo. Pero una ráfaga de viento vino a entrecortar su risa, y con ella la tierra se levantó. Todo lo que pudo ver la chica fue una sombra negra que invadía el crepúsculo.


Al salir la familia en su búsqueda y gritar “Lora” hasta quedar sin aliento, lo único que salió a su encuentro fue un ave, que, como ella, repetía todo lo que se le decía en un hermoso plumaje de azul, verde, rojo y amarillo.


jueves, 7 de mayo de 2009

La Mar

Cuántas vidas perdidas en ti,
Arrastradas a la desesperación
Por tu veleidoso humor de ser
Cristal sosegado a las dos,
Tormentoso carbón a las diez.

¿Será porque el sol, cada poniente,
Te soba dejando su oro en ti,
Que puedes hacer que hombres crucen
Pueblos, ciudades, países
Para contemplarte danzar ágil?

Y es tu cian, azur e índigo
Seductor espejismo de serenidad.
Qué peligrosas esas curvas insistentes,
Ese murmullo y pintoresca suavidad.

Hundir los ojos en tu cuerpo y escucharte hablar
Es ver la desgracia y pensar “¡Es hermosa!”,
Es oir un grito ahogador y creerlo arruyo nocturnal.

Tal vez pensando esto, los marineros,
te llamaron La Mar.