miércoles, 23 de septiembre de 2009

Estas entre mis cosas

Hoy la luz se atora en la ventana. Estás entre mis cosas. Estas cosas que suben por la pared, llenan el lavadero, se cuelan en los resquicios y cubren el piso. Cosas viejas, de cuando salíamos y te regalaba pequeñas cartas color rosa, de cuando me veías y no comprendías qué hacía contigo, y besabas mi frente en el semáforo, oliendo la humedad de la ciudad en hora pico. Esas cartas están bajo mi mano, al frente están todos los recibos de las veces que nos amamos: una colección de hoteles y farmacias, de copas de vino y botellas vacías que se apilan contra la ventana. Esa venta que atora la luz. Y en mi espalda, las películas vacías, rotas y olvidadas que pretendíamos ver en la penumbra de tu habitación, una gama de colores y sonidos que servían de fondo a grandes abrazos y manos traviesas, siestas y fiestas en tu colchón. Me quedan las cosas que compré para darte, los libros que algún día leeríamos los dos, las fotos tomadas en noches deambuladas, en días diversos de nuestro amor. Tengo tu ropa entre mis dedos, me aferro a la vida que vieron pasar. Mis libros de estudio, los videos de tantos proyectos, las cámaras obsoletas que nos hicieron creer en ver "más allá". Estás entre mis cosas que alguna vez fueron tuyas y que dejaste conmigo para esperar tu volver. Las fundas de comida rápida están aquí también, las cajas de pizza y esos conos de helado lamidos de la otra vez. Se pudren, apestan, pero son nuestras cosas y no las puedo dejar ir.

Ahora, mis cosas se elevan asfixiantes cerca de mí, llenan el cuarto, cortando el aire que pasa, matando la risa de lo que ese día fui. Revives cada día en esta pieza del recuerdo. Estás entre mis cosas. Estás metido en mí.

martes, 22 de septiembre de 2009

Distrito 9

District 9 prueba que una buena historia es más importante que un cast conocido o un presupuesto exhuberante. Películas de aliens hay a montones y, afrontémoslo, no han evolucionado mucho desde que el género (creo que ya es hora de seprarlo de la ciencia ficción) pegó en la pantalla: alien ataca la tierra, la tierra -o mejor dicho el gobierno de los Estados Unidos- se defiende, la tierra gana. Pero esta vez nos encontramos frente a una película que nos propone algo totalmente diferente y, al mismo tiempo, bastante verosimil: ¿Qué pasaría si estos aliens estuvieran desprotegidos y dependieran de nuestra hospitalidad para sobrevivir? ¿Qué pasaría si, por casualidad de la vida, les tocara quedarse en sudafrica, entre humanos durante 20 años?


La respuesta es de aquellas que nos ponen los pelos de punta. Hay, dentro de la literatura y el cine, una gama de producciones que parecen seguir el mismo motto "Lo peor de la Tierra es el humano". Todas las historias de guerra contadas, las recreaciones de nuestras más sangrientas y desprestigiosas hazañas, todas las experimentaciones, las traiciones a lo largo de la historia, las situaciones límites donde lo peor de nosotros mismos brilla en la pantalla, siguen el ya mencionado motto. Y esta película no es la excepción.


Intolerancia (lo que se podría entender como verdadero "racismo", pues en este caso sí estamos hablando de 2 razas diferentes), autoritarismo, engaño, trato "inhumano" a otros seres y xenofobia, todo se traza firmemente en este film hecho a manera de documental, en el que la sangre, la tensión y la risa te ponen -literalmente- al borde de tu asiento y haciendo barra por los alienígenas. Lo mejor del film, su falta completa de nombres conocidos: con la excepción del productor Peter Jackson (director de The Lord of the Rings) el cast y crew son perfectos "nadies". Y sin embargo, es una de las películas más taquilleras en los últimos meses, lo cual es grandioso si se considera que fue hecha con un presupuesto basante modesto para la industria americana.


¿En el caso de que suceda, sería en verdad como lo muestra la película? Viendo nuestra historia, yo creo que sí.

jueves, 3 de septiembre de 2009

28399


Era el rey de los Liliputienses, un bastardo vendedor de ozono. Tenía sus principios basados en un egocentrismo auténtico y suspicaz: un paralelismo viciado por los escollos filosóficos de Kant en los días de lluvia. Podría referirme a él como un sujeto nefasto, de una conciencia ennegrecida, y una envidia que le brotaba por los poros. ¿He dicho poros? Sí, pues, de hecho los tenía. Abiertos como una puerta dimensional que conlleva hacia el interior de su repugnante existencia.


Ahora que lo pienso, los hechos suscitados aquel día se resumen en dos palabras “efecto miedo”. Para entenderlo mejor es imprescindible adentrarse en el contexto. Veamos pues:
Habían pasado varios años desde que el rey nefasto subiera al trono. Cuando digo el trono entiéndase al poder y no al confortable retrete sobre el cual transcurren sus cavilaciones más profundas y tenaces. ja ja ja, ya lo he dicho. Pero bueno, volviendo a los acontecimientos de aquel día, diré que lo más impresionante fue cómo de un momento a otro todas sus ínfulas de superioridad, su arrogancia suprema, la vanidad inconsecuente se iba destilando en forma de sudor, un sudor frío y tóxico que salía de sus entrañas. El pánico se apoderaba de su mente, de su alma, de sus zapatos que querían salir corriendo como una gallina asustada por los gritos de la multitud que se había amontonado en las afueras del Palacio.


Venían arrastrando todo su resentimiento. La miseria en la que vivían había llegado a tal punto que las llamas, en la hoguera de su odio, eran incontenibles. Portaban antorchas, palos, piedras y más objetos con los cuales pudieran descargar su ira. Sus voces retorcidas gritaban al unísono: “Muerte al rey de los Liliputienses” Así avanzaba la multitud de hombres diminutos como hormigas. Caminaban rumbo al Palacio con la firmeza de un ejército, sedientos de venganza.


Los pasos de dicha multitud de insectos retumbaban en las paredes de la habitación del Rey Liliputiense a quien los nervios no le permitían pensar con claridad. Pero, al ver que los furiosos habitantes de su pueblo se acercaban, decidió utilizar su único recurso. Dentro de su habitación había una puerta secreta que se suponía lo conduciría a un mundo lejano. Una dimensión de proporciones hiperbólicas donde los hombres median diez veces su tamaño. El único problema era que atravesar la puerta era literalmente embarcarse en un viaje sin retorno, pues, aquel que cruzara por ella quedaría atrapado para siempre en el mundo de los gigantes. Y lo que es peor, su reino quedaría reducido a cenizas, pues, al abrirse la puerta, el mundo en el que se encontraba sería absorbido por la nebulosa de Lumineida, la cual conducía a la dimensión de los gigantes.


Pensó en su familia, en su gente, en su palacio. No obstante, se dijo, no permitiría que sus huesos terminaran en manos de aquellos despreciables hombrecillos. Esos infelices que ahora mismo pedían su cabeza no merecían ninguna consideración. Entonces abrió la puerta y sintió como el contenido de su cerebro se le escapaba por todos los orificios de su cuerpo. Induzca joven, ah ah ah uh uh uh. Por los poros ¡CLARO! De repente se vio en medio de un ruido ensordecedor, justo debajo de un semáforo que tenía encendida la luz roja y frente a él monstruos enormes que hacían rugir sus motores. Entonces, de un momento a otro la luz cambió a verde y …. jdire ifhf krehorkj ieh tj


Epílogo
Debido a la índole clasificada de este documento y su dudosa procedencia (confesión del interno #28399, trastorno de personalidad múltiple y regresión aguda) su final nunca ha sido transcrito. Se deja a juicio del lector contemplar los hechos y llenar los etcéteras.

domingo, 23 de agosto de 2009

Chuchaqui

Miro el espejo: no hay nada. La ropa por el piso, el sostén bajo la cama. Café cargado, radio que grita, dos aspirinas. Me peino y salgo de la habitación: lo que pasó ayer continuará siendo un misterio. Lo único que sé es que mi vestido está manchado y que, al lado de mi sostén, algo olía a perro muerto.

jueves, 13 de agosto de 2009

Microdino


"Cuando el mundo tira para bajo,

yo no quiero estar atado a nada:

imaginen a los dinosaurios en la cama..."

Los dinosaurios -Charly García


Muchos hablaban de un “elefante” en el cuarto, pero para ellos dos, lo que se interponía entre sus cuerpos cuando se acostaban luego de un día largo de trabajo era más grande y viejo que cualquier elefante y por más que se acurrucaran, jugaran a quererse o se sinceraran hablando hasta el amanecer, cuando despertaban el dinosaurio todavía estaba allí.

lunes, 3 de agosto de 2009

Entre copas

Tenía el corazón rasgado por el amor imposible que escapó de sus manos y si bien sentía ganas de llorarse los días, decidió que dicha improductiva actividad no podía ser parte de su vida y salió a recorrer la ciudad en busca de una solución instantánea a su dolor. El día apenas si empezaba, el cielo se rompía en manchas de rosado y las tiendas esperaban que llegasen las llaves para poder abrirse al mundo y sentirse queridas. La calle era larga, y no larga como quien dice que se extiende sin medida hacia el horizonte, sino larga como un cuento que parece no acabar, en el que los pies andan y andan sin encontrar un banco donde descansar, en el que las gotas de lluvia no tienen un solo cobertizo contra el que amortiguar el golpe, sino que caen suicidas al asfalto, haciendo crecer los baches. Una calle que no tiene giros extraños ni callejuelas, sino que es una recta que de principio a fin abarca las más insólitas combinaciones: tiendas de ropa, locales de magia, librería cristiana, burdel, puestos de películas, químicos ilegales, veterinarias, repuestos de carros, feng-shui, academia de baile exótico y una tienda de dulces orgánicos.

Y ella caminaba cabizbaja por la calle, tratando que cada paso sea una memoria olvidada, y que cada bocanada de aire desanudara el cabo que llevaba en la garganta desde hace algunas horas. Pasó por un par de tiendas, tratando de comprar algo que la haga sentirse mejor: salió con una funda de ropa nueva, 5 películas que no tenían final feliz, dos melcochas, un libro titulado Lo que pasó, pasó y un veneno para ratas de increíbles cualidades: muerte rápida, inodoro, incoloro e insípido. Sus manos le dolían de soportar el peso de las fundas, pero no tenía donde sentarse a descansar ni había taxi alguno que lo pudiera llevar a casa. Era, toda ella, una nube cansada que lloraba y avanzaba, dejando a su paso riachuelos de dolor que se juntaban a la lluvia octubrina. Seguía su camino, sin mirar por donde iba, tropezando con los tantos transeúntes que andaban ajetreados por la calle, buscando al mejor precio los peores productos posibles. Rendida, llegó al final y dobló a la derecha, dirigiéndose a su casa.

Ya arriba, lejos de la bulla y del sol que arañaba su delicada piel, sacó sus compras y, a forma de ritual, preparó todo: se puso su nueva camisa, encendió la TV y puso la película más trágica, arrancó las páginas del libro y escribió en su interior su nota suicida, dejó las melcochas de regalo a sus sobrinas y, en una copa de Martini, puso el veneno de rata y lo engulló como tequila, de un sorbo y sin pensarlo.

Sus ojos no se salieron de sus órbitas, sus interiores no se quemaron de agonía, sus manos no temblaron ni su cuerpo se quedó tieso a falta de vida. Maldiciendo la ineptitud de los fármacos, trató de probar el veneno en su perro, pero no lo encontró. Pensó en regresar a la tienda de químicos y revelar a los dueños como embusteros, pero no se movió del sillón. Sospechando que el dulce que comió pudo haber anulado los efectos del químico, esperó a la siguiente mañana para tomar la segunda dosis, pero nunca llegó. Las copas de veneno seguían bajando por su garganta y el licor no se terminaba ni se terminaría, pues sus lágrimas que se renovaban cada hora, se convertían en un nuevo líquido mortífero, y llenaban la copa. En una eterna penumbra, sentada ella, sorbía su dolor incapaz de saber que su cadáver velado estaba ya hecho cenizas en el cementerio y que el veneno no mata la pena, sólo el cuerpo.

lunes, 20 de julio de 2009

la frontera

Venir a parar a un ataúd de nuevo por culpa de una mujer bruta y ella en el de al lado que no deja de gritar…. ¡Habráse visto! Y es que mi madre me dijo que tenga cuidado, que no es cuestión de escoger a cualquiera y tirarse al negocio, pero estaba tan pero tan desesperado, que hasta esa idiota me pareció perfecta para el trabajo. Ay, esto realmente no es cómodo…. Si por lo menos fuera acolchonadito como en el que pasé la frontera. Debo reconocerlo, esos coyoteros te sacan un ojo de la cara pero cumplen: Total confort en su paso, o le devolvemos el dinero, ni siquiera sentirá las vías inconclusas del ferrocarril cuando lleguemos a Alausí. En cambio estos ni cuidado han tenido con uno. Supongo que esa es la diferencia entre que te obliguen a hacerte el muerto y hacerse el muerto por decisión propia. Estos longos con odio me regresan para mi tierra, entre menos cómodo esté mejor para ellos. Esto de meternos de nuevo en ataúdes ha de ser cuestión de venganza no más: de seguro están cabreados porque logré pasar la frontera así la primera vez sin que se dieran cuenta ¡y sí que pasé! Dos años en la sierra viviendo de lo lindo antes de que la Andrea metiera la pata, je, hasta ya hablo como ellos… “la Andrea”, que mona tan descuidada: venir a pedir llapingachos y reclamar porque no tiene huevo, ni chorizo, ni arroz… fue casi casi como entregarles nuestras cédulas originales. Y ya teníamos la casita, el negocio bien montado, ya hasta habían dejado de investigarnos, ya estábamos esperando… ¿Qué dirá mi madre? Tanto que le costó fingir mi muerte, y ahora le toca verme ir a cana. Ni modo, no podemos ir a parar a otro lugar. Ni bien lleguemos a las plantaciones de banano nos han de sacar, y ahí si que no hay quien nos salve. Tal vez logremos llegar hasta la ciudad, y como tenemos el dinero de reserva podemos comprar nuevas identidades, empezar de nuevo. Pero esta vez separados, yo no quiero nada que ver con esa mujer, no me importa que esté embarazada, que tenga el hijo y lo veré cuando pueda. Ni las pastillas podía tomarse bien la Andrea. ¡Qué mal que huele esta caja! ¿Cuántos han de haberse acostado aquí? ¿Y a esos por qué los habrán descubierto? De seguro no por pedir llapingachos con chorizo. No. Típico dejaron escaparse alguna anécdota costeña entre copas, o tal vez cometieron la estupidez de dejar que alguna longa los vea desnudos con la luz prendida: el bicolor característico de la playa en las piernas no lo quita nadie, sin importar cuantos años hayas pasado sin asolearte eso no se va. Otro más que viene a pagar platos rotos por una mujer. Pero bueno, por lo menos fue por una de allá, una enemiga. Ya han de estar los vecinos chismeándole a todos… eran monos ¿sabían? Si, los de la tienda de aquisito no más, yo los veía muy de acá, aunque yo si decía, el trasero de esa no era serrano. El pulgoso ha de estar ladrando no más, esperando su lechecita de todas las mañanas y se quedará esperando porque lo seguro es que ahora le toca hacerse runa no más, nadie lo ha de querer porque es perro de mono. Nos iba tan bien. Mi madre me va a matar cuando le diga que está embarazada, hasta me ha de obligar a que me case con ella ¡de nuevo! Tal vez no la metan a la cárcel sabiendo de su estado, tal vez logre que nos saquen a los dos, después de todo su tío es muy poderoso ahí en el cuartel. Sí, sí… mejor mantener la fiesta en paz con ella, mejor decirle que todo está perdonado para que nos saque del lío en que nos metió. Andrea… Andrea, escúchame. Sé que las cosas se salieron un poco de control en la casa. No quise lastimarte, se me fue la mano, es que no podía creer lo que acababa de pasar…tú sabes que yo no soy así normalmente, hasta sabes que te quiero…Andrea, ¿me escuchas? …¡responde carajo, no me dejes hablando como idiota! No contesta, sigue enfadada por el moretón. Resentida. Claro, yo me tengo que aguantar que ella haga la cagada y ella no puede perdonar ni un pequeño golpe. No la escucho. Hace un rato estaba gritando, tal vez le pasó algo al bebé… ¡Andrea, contesta! Nada. Ya huele húmedo, estoy sudando por todas partes. ¿Estará sangrando? ¿Estará desmayada? No tiene sus píldoras… ¡se me cocina el trasero en esta cosa! Ey…estamos parando. Esos son los pasos de los pacos. Están abriendo el ataúd. Algo dicen… Dejémosla aquí no más por traidora, hasta parece longa, igual nadie la va a reclamar. ¿Y él? Que la acompañe, para algo es el macho. Los fronterizos los han de coger en un par de horas, ellos verán si los meten a cana o les meten balazo. ¡Tú, toma a tu mujer y camina!... El piso está hirviendo. Nadie pasa por aquí. Debería ir a buscar comida, la dejo escondida para que no me la picoteen. Andrea no se va a ir a ninguna parte. Debería cambiarme de ropa, preferible que crean que soy un borracho desnudo e indocumentado que un mono traidor. ¿Y el dinero? Bien agarrado en la mano, eso no se deja botado ni aunque se esté en las últimas. ¡Cúbrase! ¿No le da vergüenza? Claro señora, pero no tengo con qué…no sé donde dejé mi ropa. Póngase esto y siéntese. ¿Qué quiere comer? Déme un llapingacho.